Curar las heridas del aborto

Curando las heridas del divorcio y del aborto

Un Congreso considera el papel de la Iglesia en la curación

ROMA, martes, 8 abril 2008 (ZENIT.org).- El dolor y el sufrimiento causados por el aborto y el divorcio impiden a muchas personas vivir una vida de fe plena, constató una conferencia internacional celebrada en Roma sobre la situación de los hijos de divorciados, así como de padres de niños abortados.

El congreso, celebrado entre el 3 y el 4 de abril, titulado «Bálsamo en las heridas: una respuesta a las repercusiones del aborto y el divorcio», fue organizado por el Instituto Pontificio Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, así como por los Caballeros de Colón.

Victoria Thorn, fundadora del Proyecto Raquel, dijo que «la ruptura causada por el aborto impide a millones de personas entrar plenamente en su itinerario de fe, experimentar plenamente la vida divina en su interior».

«La herida del aborto –explicó Thorn– es a la vez espiritual y humana y debe ser resuelta en ambos campos para ser curada».

La mujer que ha tenido un aborto «cree que ha cometido el pecado imperdonable. Este es el núcleo de la herida espiritual. Es una madre que sabe que es responsable de la muerte de su hijo; un niño que ella nunca permitió nacer, ver y criar. Este es el núcleo de la herida humana».

La madre Mary Agnes Donovan, de las Hermanas de la Vida en Nueva York, dijo que «la dificultad en todo aborto consiste en que provoca una destrucción profunda e inevitable. Si la persona alguna vez tuvo una chispa de fe, o convicción religiosa, o educación moral, queda hundida por la culpabilidad –una culpabilidad que puede entrar muy dentro del inconsciente por las fuerzas que actúan–, y que es un cáncer en el alma».

Sobre el tema de la fe y los hijos de divorciados, Elizabeth Marquardt, vicepresidenta del Centro para el Matrimonio y Familias del Instituto de Valores Americanos en Nueva York, presentó un estudio en el que se revela que «los niños criados en el divorcio dicen que no existe el «buen» divorcio. Incluso los amistosos o «buenos» divorcios exigen a los hijos crecer entre dos mundos, obligados a encontrar sentido en las a menudo dramáticamente diferentes creencias, valores y modos de vida de sus padres».

El divorcio obliga a los hijos a dar sentido a los dos mundos de sus padres. El resultado es que el divorcio supone un permanente conflicto interior en la vida de los hijos. «El conflicto interior pesa sobre los hijos, haciéndoles crecer demasiado pronto».

Los hijos de divorciados, añadió Marquardt, «se sienten en sí mismos como divididos, desgarrados entre los mundos de sus padres. Se sienten mucho más solos. Se convierten en cautelosos y a menudo reservados. No saben a quién pertenecen. Sienten que tienen que resolver las grandes cuestiones de la vida por ellos mismos. Luchan con una enorme pérdida que impacta su vida espiritual. Y hacen todo esto en aislamiento y silencio, porque nadie habla del trabajo que se les ha impuesto: dar sentido solos a los dos mundos diferentes de sus padres».

Como resultado de sus dos mundos, «los hijos de divorciados tienen muchas menos probabilidades de tener una implicación consistente en una confesión religiosa mientras crecen», por eso, según las estadísticas, «son mucho menos religiosos que los hijos de familias unidas», explicó Marquardt.

Marquardt también revela en su investigación que muchos hijos de divorciados tienen gran dificultad para comprender que Dios es padre, debido a la lejanía de las relaciones paternas. Ahora bien, quienes tienen fe, dijo Marquardt, su relación con Dios llena un vacío. «Se vuelven a Dios en busca de amor y guía, ante la ausencia de un padre o una madre, o para evitar una vida solitaria».

«Está claro –concluyó Marquardt– que independientemente de que lleguen a ser más o menos religiosos, los itinerarios espirituales de los hijos de divorciados reflejan consistentemente historias de pérdida, dolor y soledad».

Marquardt dijo que las Iglesias pueden prestar una enorme ayuda a los hijos y familias afectados por el divorcio, por ello se trata de un tema que no hay que evitar. «Es plenamente posible ser compasivos con los hijos de divorciados y subrayar la importancia del matrimonio y al mismo tiempo afirmar y apoyar a los progenitores solos y divorciados».

Por su parte Thorn subrayó que «el pecado del aborto se ha extendido tanto, es tan abrumador hoy, que es un imperativo el que la Iglesia no sólo mantenga su postura profética de protección de las vidas humanas no nacidas, sino también que ayude a curar a los millones de personas que han quedado involucradas en el mal del aborto, voluntariamente u obligadas, conscientes o ignorantes de la realidad, extendiendo a ellos el perdón y la curación de Dios».

«Las mujeres que experimentan la curación a través de la misericordia y el amor de Dios no realizan más abortos. Los hombres que se recuperan del aborto trabajan con diligencia para acabar con los abortos así como las mujeres. En efecto –concluyó Thorn– estas personas se convierten en piedras angulares de la cultura de la vida»