El don de la maternidad

El don de la maternidad

Por Sara Martín e Isabel Molina E. JANNE HAALAND Matláry, ex ministra de Asuntos Exteriores de Noruega, cuenta en su libro El tiempo

de las mujeres: Notas para un nuevo feminismo, que durante muchos años fue una mujer dedicada a su actividad profesional y consideraba su

trabajo como lo primero de todo.
Sin embargo, cuando tuvo a sus
hijos se dio cuenta de que es en la
maternidad donde radica la esencia
de lo femenino en su sen tido más profundo.
“La maternidad no es sim plemente una función auxiliar de la paternidad sino algo diferente”, escribe en su libro. “[Después de ser madre] no he

madre

perdido interés por mi trabajo profesional, pero
me he dado cuenta de que la maternidad es mucho
más importante que cualquier otro trabajo,
por muy apasionante que sea”.
Matláry, una mujer nórdica, ha llegado a estas
conclusiones en el seno de una sociedad que defi
ende el igualitarismo entre el varón y la mu jer
a toda costa y que proclama que la maternidad
es sólo una construcción social más. Sin embargo,
ella se ha propuesto promulgar lo que
denomina un feminismo mucho más radical:
“Mi tesis –que no es en absoluto original– es que
hoy las mujeres tienen necesidad de reafi rmar la
importancia de la maternidad, tanto en sus propias
vidas como en el conjunto de la sociedad.
(…) Pero la cuestión esencial no es sólo de orden
práctico sino también antropológico: las mujeres
nunca se sentirán felices si no toman conciencia de
hasta qué punto la ma ternidad defi ne el ser femenino,
tanto en el plano físico como en el espiritual, y
expresan esa realidad con la reivindicación del reconocimiento social”.

La controversia en EE UU

En EE UU se ha producido en los últimos años una especie de batalla entre las mujeres que eligen una carrera profesional y las que, teniendo incluso diplomas de universidades de gran prestigio, deciden ser madres a tiempo completo. En 2005, The New York Times publicó un artículo en primera plana que despertó gran controversia en distintas partes del país. El reportaje trataba sobre el aumento de mujeres de la Ivy League

–la asociación de ocho universidades del noreste de EE UU reconocidas por su excelencia académica– que voluntariamente habían decidido sacrifi car su carrera por su familia. El artículo estaba
basado parcialmente en
una en cuesta a 138 estudiantes
(mujeres) de la prestigiosa
Universidad de Yale, y explicaba
que más de la mitad
de las encuestadas planeaba
re du cir la jornada de trabajo

fuera de casa o abandonarlo
completamente si tenían hijos.
Además, se citaban estudios
de Yale que mostraban que casi la mitad de sus licenciadas menores de 40 años no trabajaban a jornada

completa. Las mujeres que habían tomado esta decisión fueron criticadas en Los Angeles Times por la periodista Karen Stabiner, quien denunciaba que “para tramar
esa clase de futuro, una mujer necesita disponer de un fondo de potenciales maridos ricos, permanecer casada
en una época en la que la mitad de los matrimonios termina en divorcio, e ignorar la historia del movimiento

feminista”. Al margen de la discusión feminista, lo cierto es que mientras las es tructuras sociales no permitan conciliar plenamente familia y trabajo, hay mujeres hoy que se atreven a afi rmar públicamente que ellas eligen la maternidad porque eso las hace más felices.

Superar las barreras

Es el caso de Eva. Tiene 26 años y es madre de Clara, de
9 meses. Trabaja en una multinacional y tiene un contrato
indefi nido en un puesto medio. Sus posibilidades
de mejorar en su carrera profesional eran reales hasta
que decidió tener hijos. Renunciar a un ascenso debido
a querer familia es una decisión que condiciona la
vida, pero para ella era su prioridad: “No me da igual
no trabajar en lo mío y la reducción de jornada es algo
frustrante porque a nadie le importas, pero aun así, sinceramente me compensa. Es genial no tener estrés, y me
puedo dedicar a la niña el tiempo que quiera”, explica.
María José, de 42 años y madre de siete hijos, ha tenido
una historia diferente pero comparte puntos de vista
con Eva: “Antes de ser madre trabajaba en un banco en
el departamento de fi nanciación al comercio exterior,
pero al tener hijos ya no encajaba en el perfi l del puesto
porque no podía viajar”, comenta. Cuando nació su segundo
hijo, dejó el trabajo porque quería estar a tiempo
completo con sus hijos. María José ha estado durante
diez años al cuidado del hogar y no se arrepiente en absoluto: “Ahora que el pequeño ya tiene tres años y va al
colegio yo me he buscado un trabajo compatible con sus horarios”, comenta.

“Las mujeres

nunca se sentirán

felices si no toman

conciencia de

hasta qué punto la

maternidad defi ne

el ser femenino”

Algo le ha pasado a la maternidad. Ser madre se entiende hoy como una parcela independiente de la
vida de la mujer. Sin embargo, algunas mujeres reclaman la urgencia de devolverle el prestigio a la maternidad, puesto que está liga da íntimamente a la propia identidad femenina. Al convertirse en madre, la mujer
se transforma y despliega todos sus talentos, porque

tanto su cuerpo como su alma están d iseñados para dar

la vida y su ser más íntimo está concebido para entrar

en comunión especial con el misterio de la creación.

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sensible a las necesidades
de los de más, tienes una mayor
capacidad de trabajo y
apren des a organizarte para
poder llegar a todo”, asegura
Eva. “He aprendido muchísima
psicología práctica porque
cada hijo es diferente: tienes
que aprender a conocerle, quererle,
valorarle y hacer que él se
valore; ¡todo esto además de educarle!”,
explica María José. Sheila
Morataya-Fleishman va un poco más
allá: “Espi ritualmente al dar a luz a ese
hijo, la madre no pierde su cercanía con él
después de su nacimiento, sino que permanece
un lazo invisible, una fuerza que la madre
puede sentir para saber lo que necesita el niño, lo que le amenaza, lo que le sucede; además como madre, y esto le pertenece sólo a ella, puede percibir lo que le va a dañar y lo que será bueno
para él”.
Así pues, continúa Morataya-Fleishman,
“ser madre es un regalo, una vocación ultrahumana, un designio al que responder”. Explica
la autora que gracias a la maternidad
la mujer desarrolla los talentos que le son
más propios: el “genio femenino”, la generosidad,
la fraternidad, el servicio, la empatía.
Son talentos que la madre aporta a su familia
y también al mundo de la empresa y a la sociedad
en su conjunto.

La madre humaniza la sociedad

Pero, ¿cómo es posible que sólo al hacerse madre
la mujer logre desplegar plenamente esos talentos femeninos? La clave está precisamente en la entrega, en
la generosidad y en el sacrifi cio que implica ser madre. Aurora Bernal, licenciada en Ciencias de la Educación
y doctora en Pedagogía por la Universidad de Navarra, puntualiza que “el ser humano es relacional y crece más cuando su libertad es usada para aportar a la realidad”.
Y ese modo de entrega se da de un modo extraordinario
en las madres, porque ellas dan lo más valioso que
existe, que no es otra cosa que dar la vida a un nuevo
ser. Su disposición de sacrifi cio es hasta la muerte, como
diría Edith Stein. Por ello, al entregarse hasta el punto
de concebir y dar la vida por un hijo, la mujer se perfecciona multiplicando sus capacidades y talentos. Y
estas capacidades no la benefi cian a ella sola o a su fa-
Ni Eva ni María José viven una situación “socialmente
fácil”. Las madres jóvenes y con varios hijos muchas
veces son tachadas de irresponsables. “Cuando estaba embarazada del tercero, me dejaron de felicitar porque
como ya tenía la parejita nadie lo entendía. ¡Incluso en
mi familia ha habido críticas! Nadie se mete con tu casa
o tu coche, pero con los hijos todo el mundo tiene derecho
a opinar”, lamenta María José. Sin embargo, tanto
Eva como María José prefi rieron sacrifi car su vida, su
tiempo, su juventud y su dinero por algo que consideran
que les compensa con creces. ¿Es fácil? “No”, responden

rotundamente las dos a Misión. ¿Compensa? “Sin duda.
No sabría decirte de qué manera, es algo más etéreo que sustancial. Llevo sin dormir ocho horas seguidas… ni
me acuerdo”, ríe Eva, “pero no me importa: ver crecer a
mi hija me hace olvidar cualquier inconveniente”. Por su parte, María José no se arrepiente de haber tenido a su séptimo hijo, ni tampoco al sexto. “Por supuesto, hemos tenido momentos de difi cultades no sólo económicas.
¡Dios nos ha probado! Quizá no siempre podemos comprarnos todo lo que queremos, pero mentiría si dijera
que no hay comida en la mesa cada día, la Providencia
de Dios ha estado siempre al quite”, asegura.

“El don sincero de sí”

Pero ¿por qué es tan importante ser madre? ¿Existe una relación directa entre ser mujer y ser madre? Una visión conjunta de la antropología relacional, la biología y la psicología permiten comprobar que la mujer está diseñada para la maternidad –para ser portadora

potencial de la vida– y que sólo se puede
realizar de una manera plena si despliega
lo que el Papa Juan Pablo II llamaba “el don
sincero de sí”. En su carta apos tólica Mulieris Dignitatem (1988), anotaba que “la maternidad
está unida a la estructura personal
del ser mujer”.
En febrero del año pasado, con ocasión
de los 25 años de esta carta, se dieron cita
en Roma 250 representantes de todo el
mun do para hacer un balance de los desafíos
que presenta la promoción de la mujer
en la Iglesia y en la sociedad. Una de las ponentes, Blanca Castilla de Cortázar, docente de
Teología en el Instituto Juan Pablo II, explicaba
cómo todo en la mujer –comenzando por su cuerpo– está diseñado para hacer posible este “don de sí”. “El modo de procrear –decía– presenta de modo plástico la maternidad como una relación diversa a la paternidad: el hombre al donarse sale de sí mismo, y saliendo de sí da a la mujer y su don se queda en ella: la mujer lo hace sin salir de sí, más bien acogiendo dentro de sí”.

Una transformación integral

De este modo, el don queda en manos de la mujer y es
ella la que concibe, gesta, alumbra y alimenta al hijo recién nacido. Al acoger la vida, la mujer se transforma
con el hijo que engendra y nunca volverá a ser la misma.
Algo ha cambiado en su interior. Su corazón se ensancha,
su mirada se prolonga en el tiempo y sus sentidos
se afi nan. Sheila Morataya-Fleishman, autora de numerosos artículos sobre el desarrollo humano de la mujer y
con el máster en Matrimonio y Familia por la Universidad
de Navarra, lo explica comparándolo con una rosa:
“Hay un momento dentro de su proceso en el que la rosa muestra todo su esplendor. Abre por completo sus pétalos
y cautiva con su belleza. A la mujer, al convertirse en
madre, le ocurre algo parecido. Sin embargo, su transformación va mucho más allá que la de la rosa. Todas
las células de su cuerpo se transforman y su cerebro se
prepara para la puesta en acción de aptitudes que nunca
antes han sido utilizadas: custodiar, cuidar, amar de una
forma que ella no había experimentado nunca antes”.
A pesar de las críticas y de que el sistema socioeconómico
y la mentalidad imperante se oponen al desarrollo
integral de la mujer-madre, ni Eva ni María José han desfallecido nunca. Entre otras cosas, porque se dan
cuenta de que la maternidad también les permite desarrollar

talentos latentes. “Siendo madre te haces más

A Fondo

milia sino que van mucho más allá. “Es ella la que ha querido nuestra existencia y ha celebrado nuestra vida aun cuando éramos ‘nadie’. Ese valor a la vida, visible
en la maternidad biológica, se extiende a la sociedad y humaniza la cultura y a toda la sociedad”, recalca Aurora Bernal. Por este motivo, Sheila Morataya-Fleishman suscribe las palabras de Edith Stein cuando dice que “la mujer sólo alcanzará su puesto en el mundo desde lo que ella es, desde su confi guración psicológlca, anímica y corporal diferente a la del hombre”.

¿Derecho
a ser padres?

La concepción social de la maternidad ha sufrido un
cambio profundo en las últimas décadas. Esto se debe, principalmente,
a la infl uencia del feminismo radical, que considera la
maternidad como una carga pesada, algo que degrada a la mujer y la
impide realizarse plenamente y, paralelamente, a un cambio profundo
en la consideración de los hijos, que han pasado de ser estimados como
un don a ser considerados como un derecho. La profesora de Derecho de la Universidad Francisco de Vitoria, María Lacalle, explica: “Si nos preguntamos
por qué el Derecho de familia regula la paternidad/maternidad, la respuesta automática hasta hace poco habría sido: por el bien de los hijos. Sin embargo,
en la actualidad parece más bien que lo hace para satisfacer los deseos de los
adultos”. De ahí surge la necesidad de controlar todo el proceso de tener descendencia, bien sea a través de la fecundación in vitro y otras técnicas de
reproducción asistida, pero también a través del aborto: “Las feministas
reclaman un control total de la fecundidad por parte de la mujer, que
se concreta en los llamados ‘derechos sexuales y reproductivos’.
Se trata de un conjunto de ‘derechos’ cuyo objeto es que la
mujer controle por completo la fertilidad, y que tienen
como núcleo central la reivindicación del aborto
libre, gratuito y universal”, denuncia
Lacalle.

Maternidad espiritual

Según el Código de Derecho Canónico, aquellas mujeres
que han renunciado voluntariamente a la maternidad biológica
por amor a Jesucristo pueden ser fecundas por una maternidad de
orden superior, por la acción del Espíritu Santo. La virginidad –también llamada castidad evangélica– ha demostrado esta fecundidad a lo largo de
los siglos en las cientos de órdenes religiosas que han fundado colegios y obras de caridad, que han asistido a los pobres, y orado incansablemente por millones de personas. Un ejemplo de ello es sor Clara María, clarisa en el Monasterio
de Lerma, en Burgos. Hoy tiene 32 años y lleva casi quince como religiosa. Lo explica de una manera sencilla: “Cuando entré en el convento, sólo tenía amor para Cristo, entré por Él, para ser su esposa. Pero poco a poco, fruto de este amor, Cristo me cedió parte de su sufrimiento y de sus preocupaciones por
sus hijos y de esta manera, me convertí en madre”. Para sor Clara, la vida
de una religiosa es una “vida de oración constante ofrecida a los otros…
Nuestra oración cae sobre el alma que Dios dispone”. “Cuesta mucho
no ver los frutos de la oración y, sin embargo, me siento misteriosamente
plena. Mi corazón, que tiene el deseo de ser madre,
ahora está lleno. Yo sé que mi vida está dando fruto
en muchos y que lo veré en el Cielo. Me basta
saberlo”, concluye sonriente.