El significado de la castidad

DESCUBRIR EL PROFUNDO SIGNIFICADO DE LA CASTIDAD

(de la Catequesis a las Familias de Juan Pablo II)

6. Según la doctrina evangélica, desarrollada de modo tan estupendo en las Cartas paulinas, la pureza no es sólo abstenerse de la impureza (Cfr. 1 Tes 4,3), o sea, la templanza, sino que, al mismo tiempo, abre también camino a un descubrimiento cada vez más perfecto de la dignidad del cuerpo humano, la cual está orgánicamente relacionada con la libertad del don de la persona en la autenticidad integral de su subjetividad personal, masculina o femenina. De este modo, la pureza, en el sentido de la templanza, madura en

el corazón del hombre que la cultiva y tiende a descubrir y a afirmar el sentido esponsalicio del cuerpo en su verdad integral. Precisamente esta verdad debe ser conocida interiormente; en cierto sentido, debe ser ‘sentida con el corazón’, para que las relaciones recíprocas del hombre y de la mujer e incluso la simple mirada vuelvan a adquirir ese contenido de sus significados. Y precisamente este contenido se indica en el Evangelio por la ‘pureza de corazón’.

7. Si en la experiencia interior del hombre (esto es, del hombre de la concupiscencia) la ‘templanza’ se delinea, por decirlo así, como función negativa, el análisis de las palabras de Cristo, pronunciadas en el Sermón de la Montaña y unidas con los textos de San Pablo nos permite trasladar este significado hacia la función positiva de la pureza del corazón. En la pureza plena el hombre goza de los frutos de la victoria obtenida sobre la concupiscencia, victoria de la que escribe San Pablo, exhortando a ‘mantener el propio cuerpo en santidad y respeto’ (1 Tes 4, 4). Más aún, precisamente en una pureza tan madura se manifiesta en parte la eficacia del don del Espíritu Santo, de quien el cuerpo humano es ‘templo’ (Cfr. 1 Cor 6, 19). Este don es sobre todo el de la piedad (donum pietatis), que restituye a la experiencia del cuerpo especialmente cuando se trata de la esfera de las relaciones recíprocas del hombre y de la mujer toda su sencillez, su limpidez e incluso su alegría interior. Este es, como puede verse, un clima espiritual muy diverso de

la ‘pasión y libídine’ de las que escribe San Pablo [y que, por otra parte, conocemos por los análisis precedentes; basta recordar al Sirácida (26, 1 3. I S1 8)]. Efectivamente, una cosa es la satisfacción de las pasiones y otra la alegría que el hombre encuentra en poseerse más plenamente a sí mismo, pudiendo convertirse de este modo también más plenamente en un verdadero don para otra persona.

Las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña orientan al corazón humano precisamente hacia esta alegría. Es necesario que a esas palabras nos confiemos nosotros mismos, los propios pensamientos y las propias acciones, para encontrar la alegría y para donarla a los demás.

Crear un clima favorable a la educación de la castidad 15. IV.81

1. En nuestras reflexiones precedentes tanto en el ámbito de las palabras de Cristo, en las que El hace referencia al ‘principio’, como en el ámbito del Sermón de la Montaña, esto es, cuando El se remite al ‘corazón’ humano hemos tratado de hacer ver, de modo sistemático, cómo la dimensión de la subjetividad personal del hombre es elemento indispensable, presente en la hermenéutica teológica, que debemos descubrir y presuponer en la base del problema del cuerpo humano. Por tanto, no sólo la realidad objetiva del cuerpo, sino todavía mucho más, como parece, la conciencia subjetiva y también la ‘experiencia’ subjetiva del cuerpo entran, constantemente, en la estructura de

los textos bíblicos, y por esto, requieren ser tenidos en consideración y hallar su reflejo en la teología. En consecuencia, la hermenéutica teológica debe tener siempre en cuenta estos dos aspectos. No podemos considerar al cuerpo como una realidad objetiva fuera de la subjetividad personal del hombre, de los seres humanos: varones y mujeres. Casi todos los problemas del ‘ethos del cuerpo’ están vinculados, al mismo tiempo, a su identificación ontológica como cuerpo de la persona y al contenido y calidad de la experiencia subjetiva, es decir, al tiempo mismo del ‘vivir’, tanto del propio cuerpo como en las relaciones interhumanas, y particularmente en esta perenne relación ‘varón mujer’. También las palabras de la primera Carta a los Tesalonicenses, con las que el autor exhorta a ‘mantener el propio cuerpo en santidad y respeto’ (esto es, todo el problema de la ‘pureza de corazón’) indican, sin duda alguna, estas dos dimensiones.

2 Se trata de dimensiones que se refieren directamente a los hombres concretos, vivos, a sus actitudes y comportamientos. Las obras de la cultura, especialmente del arte, logran ciertamente que esas dimensiones de ‘ser cuerpo’ y de ‘tener experiencia del cuerpo’ se extiendan, en cierto sentido, fuera de estos hombres vivos. El hombre se encuentra con la ‘realidad del cuerpo’ y ‘tiene experiencia del cuerpo’ incluso cuando éste se convierte en un tema de la actividad creativa, en una obra de arte, en un contenido de la cultura. Pues bien: por lo general es necesario reconocer que este contacto se realiza en el plano de la experiencia estética, donde se trata de contemplar la obra de arte (en griego aisthánomai:

miro, observo) y, por tanto, en el caso concreto, se trata del cuerpo objetivado, fuera de su identidad ontológica, de modo diverso y según criterios propios de la actividad artística; sin embargo, el hombre que es admitido a tener esta visión está, a priori, muy profundamente unido al significado del prototipo, o sea, modelo, que en este caso es él mismo el hombre vivo y el cuerpo humano vivo: para que pueda distanciar y separar completamente ese acto, substancialmente estético, de la obra en sí y de su contemplación, gracias a esos dinamismos o reacciones que dirigen esa experiencia primera y ese primer modo de vivir. Este mirar, por su naturaleza ‘estético’, no puede, en la conciencia subjetiva del hombre, quedar totalmente aislado de ese ‘mirar’ del que habla Cristo en el Sermón de la Montaña: al poner en guardia contra la concupiscencia.

3. Así, pues, toda la esfera de las experiencias estéticas se encuentra, al mismo tiempo, en el ámbito del ethos del cuerpo. Justamente, pues, también aquí es necesario pensar en la necesidad de crear un clima favorable a la pureza; efectivamente, este clima puede estar amenazado no sólo en el modo mismo en que se desarrollan las relaciones y la convivencia de los hombres vivos, sino también en el ámbito de las objetivaciones propias de las obras de Cultura, en el ámbito de las comunicaciones sociales: cuando se trata de la palabra hablada o escrita; en el ámbito de la imagen, es decir, de la representación o de la visión, tanto en el significado tradicional de este término como en el contemporáneo. De este modo llegamos a los diversos campos y productos de la cultura artística, plástica, de espectáculo, incluso laque se basa en técnicas audiovisuales contemporáneas. En este

área amplia y tan diferenciada, es preciso que nos planteemos una pregunta a la de lo muy estrechamente ligadas que están a las palabras que Cristo pronunció en el Sermón de la Montaña, comparando el ‘mirar para desear’ con el ‘adulterio cometido en el corazón’. La ampliación de estas palabras al ámbito de la cultura artística es de particular importancia, por cuanto se trata de ‘crear un clima favorable a la castidad’, del que habla Pablo VI en su Encíclica Humanae vitae. Tratemos de comprender este tema de modo muy profundo y esencial.