Fundamento antropológico de la familia

El fundamento antropológico de la familia (Benedicto XVI)

Matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de situaciones

particulares históricas y económicas. Por el contrario, la cuestión de la justa relación entre el

hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo puede

encontrar su respuesta a partir de ésta. No puede separarse de la pregunta siempre antigua y

siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy? Y esta pregunta, a su vez, no puede

separarse del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? Y, ¿quién es Dios? ¿Cómo es

verdaderamente su rostro? La respuesta de la Biblia a estas dos preguntas es unitaria y

consecuencial: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo,

la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a

Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama.

De este lazo fundamental entre Dios y el hombre se deriva otro: el lazo indisoluble entre

espíritu y cuerpo: el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es

vivificado por un espíritu inmortal. También el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por

tanto, por así decir, un carácter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico

en el hombre no es sólo biológico, sino expresión y cumplimiento de nuestra humanidad. Del

mismo modo, la sexualidad humana no está al lado de nuestro ser persona, sino que le

pertenece. Sólo cuando la sexualidad se integra en la persona logra darse un sentido a sí

misma.

De este modo, de los dos lazos, el del hombre con Dios y –en el hombre– el del cuerpo con el

espíritu, surge un tercer lazo: el que se da entre persona e institución. La totalidad del

hombre incluye la dimensión del tiempo, y el «sí» del hombre es un ir más allá del momento

presente: en su totalidad, el «sí» significa «siempre», constituye el espacio de la fidelidad.

Sólo en su interior puede crecer esa fe que da un futuro y permite que los hijos, fruto del

amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempo difíciles. La libertad del «sí» se presenta

por tanto como libertad capaz de asumir lo que es definitivo: la expresión más elevada de la

libertad no es entonces la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una auténtica decisión.

Aparentemente esta apertura permanente parece ser la realización de la libertad, pero no es

verdad: la verdadera expresión de la libertad es por el contrario la capacidad de decidirse por

un don definitivo, en el que la libertad, entregándose, vuelve a encontrarse plenamente a sí

misma.

En concreto, el «sí» personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el

futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y al mismo tiempo está destinado al don de

una nueva vida. Por este motivo, este «sí» personal tiene que ser necesariamente un «sí» que

es también públicamente responsable, con el que los cónyuges asumen la responsabilidad

pública de la fidelidad, que garantiza también el futuro para la comunidad. Ninguno de

nosotros se pertenece exclusivamente a sí mismo: por tanto, cada uno está llamado a asumir

en lo más íntimo de sí su propia responsabilidad pública. El matrimonio, como institución, no

es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el

exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del

pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.

Las diferentes formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el

«matrimonio a prueba», hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son por

el contrario expresiones de una libertad anárquica que se presenta erróneamente como

auténtica liberación del hombre. Una pseudo-libertad así se basa en una banalización del

cuerpo, que inevitablemente incluye la banalización del hombre. Su presupuesto es que el

hombre puede hacer de sí lo que quiere: su cuerpo se convierte de este modo en algo

secundario, manipulable desde el punto de vista humano, que se puede utilizar como se

quiere. El libertinaje, que se presenta como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en

realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, dejándolo por así decir fuera del

auténtico ser y dignidad de la persona

Discurso de Beneddicto XVI en la Basílica de San Letrán (parcial)