La vulnerabilidad del adicto

La vulnerabilidad del adicto

Por monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú

BUENOS AIRES, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la nota emitida este viernes por el obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Nacional Argentina de Lucha contra la Drogadependencia, monseñor Jorge Lozano, con motivo de la Jornada Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico de Drogas

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Que el consumo de drogas ha crecido de modo sostenido en los últimos años parece ser uno de los pocos diagnósticos en los que nos ponemos de acuerdo todos los argentinos. Encuestas públicas o privadas, artículos de opinión y programas periodísticos o de investigación nos muestran cuán cerca de todos está llegando el fenómeno. Seguramente el lector conoce personalmente a alguien alcanzado por este flagelo destructor. Tal vez algún familiar, un compañero de estudio de los hijos, un vecino.

Basta para comprobarlo con mirar las esquinas y plazas de nuestros barrios, escuchar a los docentes, a las familias, a los médicos. La presencia de la droga es manifiesta, está a la vista de todos, salvo de aquellos que imitan al avestruz, que los hay en abundancia y con poder.

Se consigue fácil, muy fácil. Hay más disponibilidad porque han crecido el narco-negocio y su rentabilidad. Muchas veces nos sentimos arrinconados por las mafias que operan a «cielo abierto».

Para que esto sea posible ha habido también un importante espacio perdido -de soberanía, de seguridad ciudadana- por culpa de la corrupción y su melliza, la impunidad; una poderosa combinación. Los dineros manchados con sangre joven compran voluntades políticas, armamento, silencios, pases de libre circulación Mucho lobo con piel de cordero.

Se está mostrando, al modo de una herida abierta, la mayor vulnerabilidad de jóvenes sin horizontes, sin trabajo. Ante este caldo de cultivo propicio, y una disminución en la percepción del riesgo y el daño que provoca la droga, se dispara el consumo.

Es que funcionarios y otros referentes sociales han transmitido mensajes ambiguos y han dado curso a postulados mentirosos. Algunos ejemplos: que un porro no hace nada; que es peor un cigarrillo de tabaco que uno de marihuana; que la marihuana tiene propiedades curativas sin efectos secundarios; que con el «consumo recreativo» está todo bien, y una serie de afirmaciones sin el menor sustento científico-químico, y ni qué hablar del fundamento psicológico o antropológico. Esto ha redundado en una mayor «tolerancia social» al consumo, pero no a los adictos. A ellos se los rechaza de modo visceral. No se los quiere, no se los abraza; se los esconde o margina. Y ya sabemos qué le pasa a una sociedad cuando se avergüenza de sus jóvenes. Muchos mensajes sociales les ponen a éstos un rótulo, a modo de una lápida pesada: un delincuente, un drogón , un problema? Para nosotros, es una vida maravillosa sin un proyecto, una belleza a la que se le impide manifestarse. Jesús nos enseñó a tratar con ternura a quienes están al costado del camino.

El fallo de la Corte Suprema de Justicia que, en agosto de 2009, legalizó la tenencia de drogas para uso personal ha sido interpretado por la mayoría como una aprobación de la droga, como una promoción del «derecho individual» a drogarse. Se ha producido una inoculación de veneno en la conciencia colectiva. La salud pública es un bien colectivo; no se puede invocar un derecho individual para degradarla.

Las consecuencias del consumo están a la vista los fines de semana: accidentes de tránsito, golpes por peleas dentro y fuera de los boliches y un pasaporte al delito casi como parte de esta lógica del horror. El 80% de los jóvenes que llegan al hospital han consumido alcohol o alguna droga. Otras secuelas son la baja en el rendimiento escolar y el consiguiente abandono, la degradación paulatina de la salud, la imposibilidad de mantener afectos estables y duraderos, la desintegración de la familia. Muchos de los jóvenes que se drogan viven sin un sueño, sin una razón para vivir, sin un motivo para levantarse por las mañanas. Podemos decir, sin un sentido de vida.

El aludido «derecho individual» que no afecta a terceros se hace difícil de encontrar en forma pura en estos casos; necesariamente, repercute en la familia, la escuela, la sociedad. La legislación debe abarcar a la totalidad de los jóvenes, sin discriminaciones. Es por eso que no se pueden proponer normas que busquen proteger los derechos individuales sobre la base del postulado «con mi vida hago lo que quiero», sin medir las consecuencias que esas reglas tendrán en la mayoría de los jóvenes que son pobres y están en riesgo. Algunos planteos en torno a liberar el consumo parecen ser realizados como si aquí existiera la misma realidad sociocultural que hay, por ejemplo, en Holanda, y nada más lejano de la situación de nuestros jóvenes.

Sobre esta cuestión se organizó una audiencia pública en la Cámara de Diputados de la Nación el miércoles de la semana pasada. Se invitó con bastante tiempo a quienes tienen postura favorable a la liberación del consumo; sin embargo, se avisó con muy poca anticipación a quienes tienen posturas diversas: curas villeros, organizaciones de madres, iglesias, responsables de comunidades terapéuticas. No pretendemos privilegios, sino tratamiento igualitario a la hora de participar. Esta forma clara de prejuicio ideológico poco ayuda a la democracia. Es una pena, porque con varios legisladores hemos tenido buen nivel de diálogo en otras oportunidades.

Algunas propagandas no ayudan para nada. Generan una especie de burbuja fantasiosa que promueve que el que toma tal cerveza o tal whisky es un ganador, tiene «las mejores minas», se divierte con alegría, siempre está con amigos sonrientes.

Unos cuantos dirigentes importantes no suelen tener posturas rotundas y firmes. ¡Qué bueno sería que la señora presidenta de la Nación dijera con claridad que drogarse hace mal! ¡Que los narcotraficantes comercian con la vida de los jóvenes, la felicidad de sus familias, la seguridad de todos! ¡Qué necesario es escuchar estos mensajes de los candidatos a diversos cargos en las próximas elecciones!

A veces me preguntan si pienso que de verdad se pueden erradicar las mafias del narcotráfico. Y yo respondo que sí, y menciono dos casos que lo muestran, salvando las distancias.

En las décadas del 40 y el 50 en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos se combatió con firmeza a las mafias. En Italia, más cerca de nuestros días, se avanzó mucho en desmantelar la organización de la Camorra. ¿Qué hizo falta? Decisión, coraje, hablar claro, compromiso ético y una gran cuota de heroísmo. Es cierto que murieron jueces, policías, políticos. ¿Pero ahora no hay muerte? Sí que la hay. Y también hay heroísmo ninguneado y burlado. Varias veces he escuchado de hombres y mujeres de las fuerzas de seguridad que arriesgan la vida en tareas de investigación, y cuando dan con algún «pez semigordo» vienen órdenes de estratos superiores para frenar el procedimiento, o para que los detenidos vuelvan a la calle en poco tiempo. La corrupción pica bien arriba en las estructuras de la sociedad.

No son tiempos de compromisos tibios con la verdad y la justicia. No bastan adhesiones «testimoniales». La vida presente y futura de niños, adolescentes, jóvenes y adultos está en serio riesgo. Martin Luther King decía: «Lo que me preocupa no es el grito de los malos sino el silencio de los buenos».

El domingo es el día instituido por las Naciones Unidas para concientizar acerca de las consecuencias del narcotráfico y el consumo de drogas. Es bueno aprovechar la fecha para formularse esta pregunta: ¿a quién le doy permiso para que entre en mi vida? Es momento de hablar en casa, en la escuela, en la sociedad. En la Argentina que soñamos no sobra nadie.