Matrimonio y familia según el Papa
Matrimonio y familia en la historia de la salvación
La verdad del matrimonio y de la familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre, ha
encontrado aplicación en la historia de la salvación, en cuyo centro está la palabra: «Dios
ama a su pueblo». La revelación bíblica, de hecho, es ante todo expresión de una historia de
amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres: por este motivo, la historia del amor y
de la unión de un hombre y de una mujer en la alianza del matrimonio ha podido ser asumida
por Dios como símbolo de la historia de la salvación. El hecho inefable, el misterio del amor
de Dios por los hombres, toma su forma lingüística del vocabulario del matrimonio y de la
familia, en positivo y en negativo: el acercamiento de Dios a su pueblo es presentado con el
lenguaje del amor conyugal, mientras que la infidelidad de Israel, su idolatría, es designada
como adulterio y prostitución.
En el Nuevo Testamento, Dios radicaliza su amor hasta convertirse Él mismo, por su Hijo, en
carne de nuestra carne, auténtico hombre. De este modo, la unión de Dios con el hombre ha
asumido su forma suprema, irreversible y definitiva. Y de este modo se traza también para el
amor humano su forma definitiva, ese «sí» recíproco que no se puede revocar: no enajena al
hombre, sino que lo libera de las alienaciones de la historia para volverle a colocar en la
verdad de la creación. El carácter sacramental que el matrimonio asume en Cristo significa,
por tanto, que el don de la creación ha sido elevado a gracia de redención. La gracia de
Cristo no se superpone desde fuera a la naturaleza del hombre, no la violenta, sino que la
libera y la restaura, al elevarla más allá de sus propias fronteras. Y así como la encarnación
del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la cruz, así también el amor humano
auténtico es entrega de sí mismo, no puede existir si evita la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, este lazo profundo entre Dios y el hombre, entre el amor de
Dios y el amor humano, es confirmado también por algunas tendencias y desarrollos
negativos, cuyo peso experimentamos todos. El envilecimiento del amor humano, la supresión
de la auténtica capacidad de amar se presenta en nuestro tiempo como el arma más eficaz
para que el hombre aplaste a Dios, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre.
Ahora bien, la voluntad de «liberar» la naturaleza de Dios lleva a perder de vista la realidad
misma de la naturaleza, incluida la naturaleza del hombre, reduciéndola a un conjunto de
funciones, de las que se puede disponer según sus propios gustos para construir un presunto
mundo mejor y una presunta humanidad más feliz; por el contrario, se destruye el designio
del Creador y al mismo tiempo la verdad de nuestra naturaleza.
Discurso de Beneddicto XVI en la Basílica de San Letrán (parcial)