Claves familia saludable III

Las siete claves de una familia saludable

Tercera clave: la comunicación

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

3. Tercera clave: la comunicación.

Nos referimos a la comunicación fluida y profunda dentro del matrimonio. Con frecuencia ocurre que, a pesar de que nos queremos mucho, sin embargo, no sabemos expresarlo; más aún, a veces ocurre que nos queremos mal, de una forma equivocada. ¡No es lo mismo quererse mucho que quererse bien!

Los sacerdotes solemos escuchar frecuentemente las lamentaciones de quienes sienten un sufrimiento grande tras la muerte de un ser querido, por el remordimiento de no haber sabido expresarle suficientemente cuánto le querían: «Yo quería profundamente a mi madre, a mi abuelo, etc, pero nunca se lo he dicho explícitamente, sino que siempre hemos vivido como el perro y el gato, haciéndonos sufrir. No sé muy bien por qué, pero siempre he tenido una dificultad de comunicación en el hogar. Es como si hubiese reservado lo más amargo de mi carácter para los de casa». Es una paradoja bien conocida: reservamos nuestro lado más insufrible para los seres queridos, y en la calle vamos conquistando a la gente, haciéndonos los simpáticos. Como suponemos que los de casa ya están conquistados, ahí no nos esforzamos nada. ¡Es una de esas contradicciones que más nos pueden hacer sufrir!

Hace poco estaba visitando a un enfermo en el hospital, que estaba muy mal, y su mujer me decía que su esposo enfermo no solía querer que nadie se quedase a su lado, excepto su propia mujer. Me decía lo siguiente: «El caso es que a mí me trata a patadas, pero quiere que esté yo junto a él, porque no se va a atrever a tratar así a otro»… ¡Somos un misterio difícil de expresar! Pero el mismo refranero refleja esta paradoja: «Donde hay confianza da asco». A pesar de que nos queramos mucho, tenemos dificultades para querernos bien, además de para saber expresarnos lo que sentimos. ¡Saber expresarse bien es todo un arte!

Recuerdo que en el Seminario, entre la filosofía y la teología, se nos invitó a los seminaristas a hacer libremente un curso de espiritualidad. Y dentro de ese curso se abordó algo tan delicado como el aprender a expresar lo que pensábamos unos de los otros, intentando decirlo sin ofendernos, con plena objetividad y con el deseo de ayudarnos. El experimento era muy arriesgado, porque si no se abordaba de forma adecuada, podía hacer más mal que bien. Sin embargo, lo recuerdo como uno de los pasos más importantes en mi vida: fue una verdadera educación en la comunicación y en el aprendizaje de la expresión de nuestros sentimientos y convicciones. Pues bien, en este terreno también existe una gran dificultad en la vida familiar, hasta el punto de ser una de las principales causas de las crisis y de las rupturas: la dificultad en la comunicación.

Esta dificultad, combinada con el orgullo, resulta ser una especie de «bomba», porque el orgullo dificulta mucho más las cosas. ¡El orgullo es la tumba de muchos matrimonios! En nuestra Diócesis tenemos el Centro de Orientación Familiar que trata a muchas parejas. Tiene una gran demanda, -gracias a Dios, hay parejas que quieren afrontar los problemas, sin limitarse a padecerlos- y la mayor parte de los casos que se atienden son por dificultades en la comunicación.

Por lo tanto, no sólo tenemos que querernos mucho, sino querernos bien. Que no se diga de nosotros lo que afirma el refrán vasco: «Kalean uso eta etxean otso» («En la calle soy paloma y en casa soy un lobo»). Tengamos en cuenta que la familia no sólo es la «escuela de todas las virtudes», sino también, «el escaparate de todos los defectos».

Por ello, el mayor regalo que podemos hacer a la familia es la propia conversión. Es el mayor regalo que le puede hacer un padre a un hijo, un esposo a una esposa, unos hijos a una madre, etc. ¡He aquí el mayor regalo!: Ofrecer por la familia la firme decisión y el empeño de la conversión personal.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.