Claves familia saludable IV

Las siete claves de una familia saludable

Cuarta clave: la donación dentro de la familia

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

Cuarta clave: la donación dentro de la familia

La familia está pensada como un instrumento privilegiado para llevar a cabo esa llamada que Dios nos ha dirigido a todos los seres humanos, de emplear «a tope» los talentos que cada uno hemos recibido, sin enterrarlos ni esconderlos. Jesús dice en el Evangelio: «El que busque su vida para sí la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará». Pues bien, el matrimonio y la familia son un camino privilegiado para vivir esta palabra de Cristo.

Ahora bien, está claro que el nivel de donación, dentro de la familia, puede ser más grande o más pequeño. El motor puede estar a más o a menos revoluciones. Y por ello conviene hacer una revisión de la «salud» y de la «calidad» de este «motor de la vida».

Por ejemplo -y lo digo para todos los casados, que estáis aquí- suponeos que no os hubieseis casado… ¿Qué sería de vosotros si no hubieseis formado una familia, si vuestro proyecto de vida fuese solitario? Soy consciente de que la pregunta tiene algo de ciencia ficción, pero me atrevería a deciros que habría muchas posibilidades de que fueseis más egoístas y menos santos de lo que sois actualmente. Existiría un notable riesgo de que todo girase en torno al bienestar personal, a la llamada «calidad de vida», a sentirse cómodos…

Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un «santo de canonizar»… Por ejemplo, sería incuantificable si hubiese que «facturar» las horas extras, nocturnidad, riesgos, etc, que se dedican a lo largo de un año, en el seno de la familia. ¡Nos enfrentaríamos ante una factura imposible de abonar! Y, sin embargo, esto tiene lugar dentro de la familia de una forma cuasi espontánea -aunque a veces hay que reconocer que también cuesta-. Dios nos da el don de hacerlo como si no nos estuviese costando. Aquí también se cumple de alguna forma la frase evangélica: «Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda». La vocación matrimonial nos preserva en gran medida de los egocentrismos, de estar toda nuestra existencia mirándonos al ombligo; nos da una gran capacidad de sacrificio, y nos empuja a dar lo mejor de nosotros mismos. Se trata de la mejor terapia para la sanación del narcisismo, tanto para los mayores como para los pequeños. De hecho, los hijos que crecen con la experiencia de vivir y compartirlo todo en familia (de forma especial cuando ésta es numerosa), son fácilmente preservados del egocentrismo.

Ocurre que en la medida en que ha avanzado la crisis de la secularización, también se ha relajado en el seno de la familia el nivel de la entrega generosa. Pongamos otro ejemplo: con frecuencia se oye a quienes deciden casarse: «Nosotros ahora queremos disfrutar de la vida, más adelante ya tendremos hijos»… Les escuchas y piensas en tu interior: «Madre mía, ¿posponer los hijos para disfrutar de la vida?»… Si yo fuera su hijo, todavía en el seno de Dios, les gritaría diciendo, «Aita, ama, no me traigáis al mundo, que no quiero amargaros la vida». En fin, permitidme esta ironía… Nosotros hemos conocido unos padres en los que el concepto de felicidad casi se identificaba con el de entrega:

absolutamente olvidados de sí mismos y absolutamente felices; y más felices cuanto más olvidados.

Por eso la secularización ha conllevado una menor generosidad de entrega en el matrimonio, de entrega a los hijos. La crisis de natalidad que tiene Occidente, es una crisis muy compleja, ciertamente, con muchos factores. Pero no sólo tiene factores y motivos coyunturales. También tiene razones morales y espirituales. La crisis de natalidad, el hecho de que Guipúzcoa tenga un índice de natalidad de 1,1 -lejísimos del 2,3-2,4 necesario para el relevo generacional-, obviamente, tiene también raíces morales y espirituales. Claro que puede haber factores externos en la disminución de la natalidad como las crisis económicas, pero paradójicamente, cuando la economía ha sido pujante, el índice de natalidad ha subido poquísimo, incluso a veces hasta ha bajado. Se trata pues, de una crisis espiritual en nuestra cultura. Es obvio que la paternidad y la maternidad lo piden todo de nosotros y eso choca frontalmente con la menor capacidad de entrega, así como la menor capacidad del olvido de nosotros mismos.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.