Claves familia saludable V

Las siete claves de una familia saludable

Quinta clave: la familia extensa

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

Quinta clave: la familia extaensa

Me quiero referir ahora a los bienes espirituales y morales que se derivan de la familia extensa, contrapuesta a la familia nuclear (que es la reducida al matrimonio y los hijos -si los tienen-). Según ha avanzado la secularización, todos somos conscientes de que, salvo honrosas excepciones, las familias se han ido aislando en su núcleo. Si antes la familia se relacionaba de una forma mucho más amplia (tíos, primos, abuelos, etc), y eran muy frecuentes entre nosotros los grandes encuentros familiares, actualmente, nos hemos ido reduciendo a un concepto de familia mucho más nuclear, lo cual conlleva una gran pobreza y está muy en la línea de esa cultura individualista de la que hablaba al principio.

Más todavía, la reducción a la familia nuclear, está muy ligada a un concepto de amor «carnal» (en el sentido de nuestra propia «carne y sangre»): por los propios hijos hacemos lo que sea necesario, pero nos sentimos ajenos a los que no han nacido de nuestra carne y sangre.

Y, fijaos bien, no hay una prueba más auténtica de amor en el matrimonio y en la familia que -por ejemplo- la capacidad de amar a la madre de su cónyuge (la suegra), como si fuese la propia madre. Es decir, el amor espiritual hace que mi suegra sea querida y tratada como mi propia madre. ¡¡Es difícil que el esposo/a perciba una prueba de amor superior a ésta por parte de su cónyuge!! (Lo mismo podríamos decir de las demás relaciones familiares extensas: que la cuñada sea como una hermana para mí, etc., etc.). Dicho de otro modo, cuando el matrimonio goza de una buena salud, los vínculos del amor superan la carne y la sangre, y espiritualizan las relaciones de la familia extensa.

Por desgracia, nos encontramos con muchos matrimonios que viven las relaciones familiares en un nivel muy «carnal»: «El mes pasado fuimos a casa de tu madre, ahora ya nos toca con mi familia», etc… Cuando se producen este tipo de discusiones y forcejeos en el seno del matrimonio, es señal de que el amor matrimonial se está viviendo de una forma muy egoísta (desde la propia carne y sangre). Es una señal de que algo está fallando; de forma que, en el mejor de los casos, suele optarse por un «pacto de egoísmos», en el que se reducen las relaciones con la familia extensa, o se reparten entre «los míos» y «los tuyos».

El reto de espiritualizar el amor matrimonial, abriéndose y enriqueciéndose con la familia extensa, no deja de ser un cumplimiento de aquellas palabras del Génesis: «Ya no serán dos, sino una sola carne». Solamente en esa unión de corazones se puede vivir la familia extensa como un gran regalo: «Tu padre es también el mío, mi madre es la tuya, y tu hermano es el mío».

Con respecto a los abuelos, quisiera hacer una mención aparte, por el gran apoyo que están suponiendo en este momento a las familias. En mi opinión existen dos riesgos opuestos: Por una parte, el riesgo de que el apoyo que se pide a los abuelos sea excesivo; un «escaquearse» de lo que nosotros debiéramos aportar a los hijos. Por ejemplo, cuando la formación religiosa se apoya exclusivamente en los abuelos, aunque al principio parezca algo sin consecuencias, al cabo de un tiempo suscitará la crisis en los niños, quienes terminarán por decir: «Esto de la fe debe ser cosa de viejos, porque el aita y la ama se dedican a las cosas verdaderas de la vida: ganar dinero, etc». Los ojos de los niños son una auténtica cámara grabadora que todo lo capta. Por el contrario, también se da el peligro

de signo contrario: cuando existen malas relaciones con la familia extensa, los niños suelen estar condenados a perder la riqueza educacional de los abuelos. No hace mucho, me decía una abuela que había ido a visitar a su nieto mientras la nuera estaba trabajando; y que la nuera le había dicho a su hijo: «Dile a tu madre que aquí no entra si nosotros no estamos, y además nos tiene que avisar de que va a venir». Me lo decía llorando.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.