La baja natalidad no es progresista

La baja natalidad no es progresista

Phillip Longman, especialista en políticas demográficas, es miembro de la Fundación Nueva América, un think tank izquierdista. En una entrevista para Books and Culture (mayo-junio 2007) sostiene que el descenso de la natalidad debería preocupar a todos.

Fuente: Aceprensa

Fecha: 23 Mayo 2007

Longman publicó hace tres años el libro The Empty Cradle (“La cuna vacía”), donde analiza las consecuencias económicas, políticas y sociales de la baja fecundidad. En la entrevista señala que todavía la población mundial crece mucho en términos absolutos (unos 77 millones de personas al año); pero el descenso de la natalidad es universal, de modo que ahora hay menos niños menores de cinco años que en 1990. La fecundidad está por debajo del umbral de reemplazo de generaciones en prácticamente todo el mundo menos África subsahariana, y algunos países (Rusia, Japón) empiezan a perder habitantes. A este paso, la población mundial comenzará a disminuir en vida de los que hoy son jóvenes.

Esto, añade Longman, no es del todo malo. “Para las naciones, al igual que para los individuos, no tener hijos presenta muchas ventajas, al menos hasta que uno se hace viejo”. Muchos economistas creen que la bajada de la natalidad facilitó el despegue económico de Japón y otros países asiáticos, al reducir la tasa de dependencia. Pero con el tiempo se produce un envejecimiento de la población que trae nuevos problemas. El principal es que hay cada vez menos activos para sostener a cada vez más viejos, lo que afecta a la Seguridad Social y a las mismas familias. “Si uno no tiene hermanos, como es cada vez más frecuente en gran parte del mundo, no tendrá a nadie que comparta la carga de cuidar a los padres cuando sean mayores”.

No es habitual oír tales advertencias en boca de alguien de la misma tendencia ideológica que Longman. Él mismo reconoce que “la mayoría de los que se llaman ‘progresistas’ no concuerdan conmigo en que la baja fecundidad es un problema”. Unos creen que así habrá más recursos para los pobres; muchos ecologistas consideran bueno para el medio ambiente que disminuya la población; “a feministas, gays y, en general, los que no quieren tienen hijos suele sonarles a amenaza la idea de que la sociedad necesita más niños”.

Para Longman, todos esos argumentos resultan equivocados. “Por ejemplo, en Estados Unidos el aire y el agua son más limpios que en 1940, cuando la población era la mitad. No es paradójico. El aumento de la población estimula a usar los recursos de manera más eficiente y más limpia (…) Análogamente, el aumento de población es lo que nos llevó a descubrir cómo mejorar el rendimiento de los cultivos”. Así, “la producción de alimentos por cabeza es más alta que nunca, aunque la población mundial pasa de seis mil millones”. Además, “en Estados Unidos hay más superficie de bosques que en el siglo XIX, gracias a que se necesita mucho menos terreno para cultivar”.

Por otro lado, “los progresistas suelen olvidar que muchas de sus opiniones sobre la reproducción humana, como el ‘derecho de la mujer a elegir’, sólo ganaron apoyo suficiente cuando el miedo a la superpoblación comenzó a empapar la cultura en los años sesenta y setenta. (…) También olvidan que si ellos mismos rehúsan tener hijos, el futuro estará en manos de los que militan en el bando contrario. Por último, los progresistas olvidan que si la población no crece, sus queridas ‘joyas de la corona’, el Estado del bienestar y la Seguridad Social, se vuelven insostenibles”.

¿Y quiénes son los que todavía tienen familias numerosas?, se pregunta Longman. “La respuesta más exacta es: las personas con profundas creencias religiosas”. Por ejemplo, en Europa, dice Longman, se estima que la diferencia de fecundidad entre creyentes y no creyentes es del 15-20%.

Naturalmente, precisa Longman, no todos los nacidos en familias hondamente religiosas lo son luego a su vez; pero muchos sí, y entonces es más probable que también ellos tengan hijos. “Así pues, los creyentes empiezan a heredar la sociedad ‘por retirada de los rivales’. La población total de Occidente tal vez baje o se estanque por un tiempo; pero una parte desproporcionada de los que queden serán partidarios convencidos de la causa de Dios y de la familia”