La ciencia ante la hipótesis evolucionista

 

 

 

La ciencia ante la hipótesis evolucionista

Nuestras escuelas insisten en enseñar al evolucionismo como un hecho indiscutible. Desde los primeros años de colegio somos habituados a una explicación – por lo menos extraña- sobre el origen de la vida: la teoría de la evolución de Charles Darwin, «soberana»… en los libros de texto. Sin embargo, un creciente número de colegios norteamericanos está excluyendo de su currícula la enseñanza del darwinismo. ¿Por que motivo? Por un hecho seguramente de poca importancia y que tal vez por eso nunca es mencionado en la Argentina: la evolución de las especies jamás fue probada científicamente.

Paleontología: faltan evidencias

Son extraordinarias las fallas e incongruencias de la teoría darwiniana. Hace mucho tiempo dejó de ser unánime entre los investigadores, por carecer de métodos científicos, y viene siendo desmentida por varias ramas de la ciencia. En estos momentos la paleontología es el principal argumento contra esa teoría.

Observando el documento fósil, queda clara la existencia de una sucesión jerárquica de formas de vida a lo largo del tiempo. Cuanto más antiguos los estratos fósiles, más inferiores son las especies de la escala biológica.

Ese aumento de la complejidad de las formas de vida en el transcurso de la historia es bastante utilizado por los evolucionistas como un argumento a favor de sus hipótesis. Se coloca tales animales en secuencia y se tiene la impresión de que unos descienden de los otros, como si constituyesen un filón genealógico, desde las formas de vida más simples hasta las actuales.

Pero hay un problema que no puede ser ignorado: si la evolución de una ameba, a lo largo de historia, se dio de manera que resultase en seres más complejos hasta llegar a la amplitud casi sin fin de organismos que tenemos hoy, sería imprescindible entonces que hayan existido millares de formas de transición de los seres, pasando de una especie hasta sucesivamente convertirse en otra.

Esto sería así, si dependiese de Darwin. Sin embargo, esos animales de transición -los famosos eslabones perdidos entre las especies – nunca fueron encontrados. La discontinuidad en el registro fósil es tan contundente para el evolucionismo, que el propio Darwin afirmó «tal vez fuese la objeción más obvia y más seria» a su teoría. La confirmación de la hipótesis evolucionista quedó condicionada al descubrimiento de los eslabones perdidos. Pero pasaron ya dos siglos y todavía continúan perdidos.

 

 

 

 

Cuando vemos la aparición de novedades evolutivas, o sea, la aparición de nuevos grupos de plantas y animales, esto ocurre como un rayo, o sea, abruptamente, no hay evidencias de que existan enlaces entre esos nuevos grupos y sus antecesores, inclusive porque en algunos casos esos animales están separados por inmensos intervalos de hasta más de cien millones de años.

El doctor G. Sermon, especialista en genética de los microorganismos, director de la Escuela Internacional de Genética General y profesor de la Universidad de Peruggia y el Dr. R. Fondi, profesor de paleontología de la Universidad de Siena, en el libro Dopo Darwin, “crítica all´ evoluzionismo”, afirman en ese sentido que «se es forzado a reconocer que los fósiles no dan muestras de ningún fenómeno evolutivo… Cada vez que se estudia una categoría cualesquiera de organismos y se acompaña su historia paleontológica, siempre se acaba encontrando una repentina interrupción exactamente en el punto donde -según la hipótesis evolucionista- deberíamos encontrar una conexión genética con la cepa reproductora más primitiva. A partir del momento en que eso acontece, no puede ser interpretado como un algo secundario: debe ser considerado como un fenómeno primordial de la naturaleza».

El ejemplo más ululante de discontinuidad en el registro fósil es el que nos deparamos en el paso del período pre-cámbrico al cambriano. En el primero encontramos cierta variedad de microorganismos, bacterias, algas azules, etc. Repentinamente, en el cámbrico, una infinidad de invertebrados muy complejos: erizos de mar, crustáceos, medusas, moluscos. Ese fenómeno resulta tan extraordinario, que lo conocemos como «explosión Cámbrica», ahora bien, si la evolución fuese una realidad, el surgimiento de esa vasta gama de especies del cambriano, debería haber estado imprescindiblemente precedida por una serie de formas de transición entre los seres unicelulares del pre-cambrico y los invertebrados del cambriano. Nunca fueron encontradas en el registro fósil. Por cierto, éste es un punto que ningún evolucionista ignora.

Otro hecho es el que los organismos siempre permanecen los mismos, desde cuando surgen hasta su extinción, y como mucho, presentan variaciones dentro de la propia especie.

Aún cuando un animal presentase características de dos grupos diferentes, no podría ser tratado como un eslabón real en cuanto a los demás estados intermediarios no fuesen descubiertos.

Las riquezas de las informaciones fósiles viene actuando contra los postulados evolucionistas. Varias hipótesis de secuencias involutivas ya fueron descartadas o modificadas por tratarse de alteraciones en el registro fósil (tal como la evolución del caballo en América del norte).

 

 

 

 

El propio padre de la paleontología, el Barón de Couvier, vislumbró en esta sucesión jerárquica de los seres vivos, en vez de una evolución, una confirmación de la idea bíblica de la creación sucesiva. Las grandes duraciones de la historia geológica, que a primera vista parecen favorecer a las especulaciones de los evolucionistas, en realidad proveen objeciones.

El misterio de los fósiles vivos.

Otra objeción a la filogénesis (evolución genealógica) es presentada por los fósiles vivos. ¿Cuál es la razón que llevó varias especies, géneros y familias a atravesar muchos «millones de años» (en las cuentas de los evolucionistas) sin sufrir el proceso evolutivo que a Darwin le gustaría encontrar?

El celacanto es un pez que aparece en estratos de hace 300 millones de años. Se conocen fósiles de este pez hasta en estratos de comienzos de la era cenozoica, es decir, hace 60 millones de años atrás. Pensaban que el celacanto hubiese existido durante ese intervalo de 240 millones de años pero sucede que, de 1938 a nuestros días, varios especimenes, vivos y saludables, fueron pescados en el Océano Índico.

O sea, ese pez atravesó 300 millones de años a nuestros días, mientras que – de acuerdo con la teoría darwiniana- hubo evoluciones de peces en anfibios, anfibios en reptiles, y reptiles en mamíferos (observación: para este estudio utilizamos la cuenta de tiempo hipotética del evolucionismo, sin que eso signifique una adhesión a esos números que buscan justificar la evolución).

Los foraminíferos y los radiolarios son seres unicelulares cuyas caparazones responden por grandes espesuras en las rocas sedimentarias. Los foraminíferos constituyen una de las órdenes biológicas que aparecen en el precámbrico, y que subsiste hasta hoy. Varios organismos existieron a lo largo del tiempo de la era paleozoica hasta nuestros días, hecho científico también extraño a la teoría. Porque ésta hace remontar el origen de los animales pluricelulares a los unicelulares. ¿Cómo explicar entonces, que los foraminíferos y los radiolarios no se transformaron en animales pluricelulares a lo largo de la historia? Gran misterio…

Selección Natural: Mecanismo anti-evolución

Alguien podría preguntar: y la selección natural, ¿ocurre? Sí, ocurre, pero no como lo Darwin la concibió.

Veamos el famoso ejemplo de las mariposas de Inglaterra. Inicialmente tenían una coloración clara. Acontece que la Revolución Industrial trajo consigo una gran emisión de contaminantes y los troncos de lo árboles se fueron obscureciendo. Transcurrido algún tiempo, las mariposas habrían «evolucionado» volviéndose también obscuras.

Durante mucho tiempo se insistió en que fuese un nítido caso de evolución, pero el advenimiento de la genética mendeliana se encargó de negarlo. Hoy se sabe que cualquier cambio de las características de una especie sólo ocurre por estar contenida en su material genético, y la variación se dará en los límites de la carga genética de esta especie. Es lo que sucedió con las mariposas inglesas.

Eran claras y se tornaron obscuras, porque en su escudo genético había variaciones genéticas hacia el color obscuro. Las mariposas continuaban y continúan siendo mariposas, y continúan naciendo mariposas claras.

Por lo tanto, no hubo evolución. En realidad, la selección natural sucede para que los seres permanezcan vivos en un medio cambiante. Y a medida que posibilita el predominio de las características más ventajosas o superiores en un determinado medio, torna a los individuos más parecidos y no más diferentes. Por lo tanto, no opera una diversificación; trabaja como una fuerza conservadora.

Además, si realmente existiese la evolución, la selección natural se encargaría de bloquear su proceso, ya que sus mecanismos de actuación son antagónicos. El ser vivo que desarrollase una característica nueva (patas, alas, ojos, etc.) no se beneficiaría en cuanto esta no estuviera plenamente desarrollada, al contrario, sería perjudicial. ¿Por que la selección natural iría a favorecer a un natural con un órgano en formación? Esa característica nueva, además de no cumplir con las funciones de la estructura que le dio origen, aún no desempeña su propia función porque todavía está desarrollándose.

Así, por la teoría hubo evoluciones de pescado a anfibios, anfibios a reptiles y reptiles a aves y mamíferos. Digamos que un pez estuviese desarrollando características de anfibios, patas por ejemplo. Ni nadaría bien, ni se desplazaría en tierra con destreza, porque sus aletas estarían convirtiendose en patas. Si así fuese, la selección natural se encargaría de eliminarlo por su debilidad.

Golpe final: La genética.

Cuando se hizo patente que la selección natural por sí sola era incapaz de explicar el proceso evolutivo, fueron elegidas las mutaciones como intento de salvar la teoría evolucionista.

Las mutaciones consisten la única hipótesis de generar una característica nueva. Sin embargo, no suceden para adaptar el organismo al ambiente y ni siquiera hay condiciones de saber cual es el gen que sufrirá mutaciones. Es un proceso absolutamente fortuito.

Errores de lectura del DNA -que son rarísimos- causan las mutaciones. La mutación sólo acontece si la alteración en el DNA modifica el organismo. En general, esos errores no provocan resultado alguno porque el código genético está engendrado de una manera tan formidable que hace neutras las mutaciones nocivas. Pero cuando generan efectos, estos son siempre negativos. Para decir la verdad, no hay registro de mutaciones benéficas, y la posibilidad de que éstas existan es tan reducida que puede ser descartada.

 

 

 

En seres humanos, existen más de 6000 enfermedades genéticas ya catalogadas, por ejemplo, melanoma maligno, hemofilia, alzheimer, anemia falciforme, etc. Estas enfermedades, y gran parte de las catalogadas fueron, localizadas en los genes correspondientes. Entonces, si todas las mutaciones que las causaron fueran corregidas, tendríamos una especie de hombre perfecto.

La genética en vez de corroborar la hipótesis evolucionista, la desacreditó aún más. Confirmó la imposibilidad de que un organismo deje de ser el mismo. Las famosas experiencias del biólogo T. Morgan con la mosca de la fruta, generalmente citada en los manuales escolares, elucidan muy bien esta cuestión.

Las mutaciones, en general, muestran deterioración, desgaste o desaparición general de ciertos órganos. Nunca desarrollan un órgano o función nueva, la mayoría provoca alteraciones en caracteres secundarios, tales como el color de ojos y pelos, siendo que, cuando provocaban modificaciones mayores, eran siempre letales. Los mutantes que se equiparan a la mosca normal, en lo que dice en respecto al rigor, son una minoría, y mutantes que hayan sufrido un desarrollo realmente valioso en la organización normal, en ambientes normales, no se conocen.

Darwin falsificó

Darwin diría que, si la realidad no colabora, peor para ella. Los escándalos sobre falsificaciones constituyen una constante en la historia del evolucionismo. Fraudulento fue el propio padre de la teoría. En su libro «Las expresiones de las emociones en el hombre y en los animales» fueron utilizadas una serie de fotografías forjadas para confirmar su hipótesis, y recientemente se descubrió un embuste más: el archeoraptor. Con una imaginación bien afinada, muchos aclamaban ese descubrimiento como siendo el ligamen entre las aves actuales y los dinosaurios. No pasaba de ser una mezcla mal rejuntada de piezas de diversos fósiles.

El evolucionismo no es científico.

Estamos frente a un hecho histórico en la historia de la ciencia. La teoría de la evolución, desde Darwin a nuestros días, no solo no se confirmó sino que se hizo cada vez más insostenible, y sin embargo, continúa siendo defendida y propagada como un verdadero dogma. Es una vaca sagrada contra la cual nadie tiene el derecho de discordar a pesar de su completo desatino.

¿Por qué tanta insistencia? ¿Habrá por detrás una segunda intención de sus propugnadores (o por lo menos una parte de ellos)? Engels nos da una pista en una de sus cartas a Karl Marx: «El Darwin que estoy leyendo ahora es magnífico. La teología no estaba destruida en alguna de sus partes, y ahora esto acaba de suceder«.

 

 

 

¿Reside aquí todo el problema? ¿Se acepta el evolucionismo, para no aceptar a Dios? Desde su origen esta teoría estuvo impulsada más por el deseo de proveer al ateísmo de un fundamento científico que por el de encontrar el origen de las especies.

Atribuir al acaso todo el orden perfecto y armónico del universo es un perfecto disparate. El científico que toma esa actitud tira por la ventana todos los parámetros científicos (en nombre de los cuales habla) y echa mano de argumentos filosóficos que la propia ciencia se encargó de desmentir.

Es imposible admitir al acaso como respuesta a un fenómeno tan manifiestamente racional como el finalismo presente en la organización del mundo. El propio Darwin sabía cuan absurdas eran sus formulaciones y admitió a que fines servían: «estoy consciente de que me encuentro en un atolladero sin la menor esperanza de salida. No puedo creer que el mundo, tal como lo vemos, sea resultado de la casualidad, y, sin embargo, no puedo considerar cada cosa separada como un designio divino«.

Por todo eso es que la teoría de la evolución no puede revindicar la denominación de científica. La obstinación y la actitud de sus adeptos demuestran que el evolucionismo consiste en un movimiento filosófico y religioso.

Es una concepción del universo para la cual nada más es estable, todo está sujeto a un eterno fluido, y más aún, todo cuanto hay en la vida social, desde el Derecho hasta la Religión, fue fruto de la evolución, inclusa la idea de Dios.

Esa teoría se diseminó por todos los campos del conocimiento, particularmente las ciencias humanas. Y sus resultados fueron funestos, no sólo para la investigación sino también en el campo práctico. Basta recordar que sirvió de fundamento a las más mortales formas de Estado que existieran: el socialismo científico (comunismo) y el socialismo nacional (nazismo).

El evolucionismo actúa como un fundamento del relativismo contemporáneo. Tal vez esté aquí lo único capaz de explicar por qué lo defienden con tanta contumacia, pues una vez derribado ese bastión, no quedan tantos otros que justifiquen la ideología relativista, ni en la ciencia ni en el sentido común de las personas.