Llega el momento decisivo de influir en tus hijos

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      ¡PAPA! : Llega el momento decisivo de influir en tus hijos

Los adolescentes esperan tu autoridad, tu firmeza y también tu comprensión.

La educación de los hijos es algo que se hace entre la madre y el padre, entre lo masculino y lo femenino. La falta de un modelo u otro implica un desequilibrio. El seno de la familia es un lugar que necesita de la presencia y la sensibilidad del hombre y de su forma de ser masculina. Todo niño necesita de esta presencia, una presencia dife­rente, que no envuelve como la madre, sino que enseña, que abre horizontes. Y, al llegar la adolescencia, el papel del padre resulta clave.

Ignacio Iturbe

Si la educación de los hijos fuera una película, podría decirse que el padre se convierte en el principal pro­tagonista al llegar al nudo de la trama: la adolescencia. Los hijos tienden a hacerle más caso, especialmente los varones. Los cambios de esta época desorientan y confunden a los adoles­centes, por lo que necesitan un apoyo firme y seguro. Esto es justo lo que ven en la figura del padre. Sin embargo, como toda madre sabe, también la presencia materna en estos años sigue siendo fundamental…, lo único es que quizá sea menos llamativa.

Trueque de papeles

Con la adolescencia se produce el trueque en los papeles entre el padre y la madre que se había ido gestando durante los años previos. Ahora es papá quien ha de tomar una postura más activa, especialmente con los hijos varones.

Los cambios psíquicos y físicos que acompañan la adolescencia implican un mayor entendimiento de las cosas; es decir, que las reglas que hasta ahora no se cuestionaban quedan en entredicho, la supremacía intelectual, física y moral de los padres ya no es

creíble y el orden de la realidad ya no tiene la base segura de antes.

 

Papel contradictorio

Estas características, propias de la edad y de las hormonas, les llevan (sobre todo a los varones) a distan­ciarse de lo femenino que representa la madre y a acercarse a lo masculino del padre, sobre todo a unos rasgos que identifican más con él: seguridad, autoridad, apoyos firmes.

En este caos de rebelión y aparente seguridad, el adolescente, chico o chica, necesita la tutela benévola de su padre, que delimite el mundo y enseñe con sus palabras y su forma de ser el camino hacia la edad adulta. El ado­lescente, chico o chica, necesita la pre­sencia tranquilizadora de su padre, pero también lo necesita para tener a alguien contra quien rebelarse, alguien que sea capaz de resistir a sus ataques y de mantenerse firme contra viento y marea. Este es un aprendiza­je definitivo que marcará, seguramen­te, su forma de relacionarse con los demás y con el mundo.

 

¡Atención, padres!

Llega el momento de influir decisiva­mente y de ejercer la autoridad. Esto requiere actitudes positivas en el padre, que no se limitan a prohibir, corregir o sermonear siempre. Es mejor hablar a los hijos con serenidad, res­peto y tacto; hacerles preguntas que les interesen y les hagan pensar; escu­charles e intentar comprender sus pun­tos de vista; dar explicaciones de las normas y prohibiciones; alabar las buenas conductas…

Estos son temas importantes que debe tener en la cabeza el padre. Importa más el tipo de amigos que tiene, que si se viste con vaqueros rotos… El respon­sabilizarse de los estudios, más que si pone la música un «poco» alta…

 

Autoridad

La presencia estable de una autori­dad masculina en casa es necesaria para controlar los excesos y para enseñar a los hijos el autocontrol, especialmente durante la adolescen­cia. Si la autoridad del varón adulto desaparece, falla el proceso de socia­lización y la vida de los chicos puede volverse caótica. Algo así como la des­cripción que el novelista William Golding hace en «El señor de las mos­cas», del proceso de desintegración de un grupo de chicos al que falta la auto­ridad del adulto.

La presencia del padre-marido es importante porque ofrece un modelo con el que se identifica el joven. Sin esa aspiración, se deteriora su empeño en la educación y en el trabajo. Hay que tener en cuenta que si un joven no se identifica con esa figura, otros modelos vendrán a ocupar ese vacío, con gran­des probabilidades de que sean mode­los no precisamente ejemplares, como el jefe de la pandilla, etc. Se constata también que cuando ese varón no se ve ya a sí mismo en su papel de apoyo y protección de la mujer, cambian tam­bién la naturaleza de las relaciones sexuales, que se convierten en algo, cuando menos, egoísta.

 

¿He hecho algo mal?

Esto no significa que la madre haga mal las cosas en esta etapa. Como todas las madres con hijos adolescentes saben, en realidad siguen siendo prota­gonistas en su casa, pero de otro modo.

Ella sigue siendo el marco de unión de la familia, quien puede aliviar las ten­siones propias de esta etapa, ella tiene mucha mano izquierda para conciliar. Es el momento de ir, más que nunca, junto al marido y de dejarle que se encargue él de ciertos asuntos. La ado­lescencia rebosa temas conflictivos que exigen muchas vueltas, mucho hablar entre los cónyuges y mucho actuar en la misma línea los dos.

 

Chicas: «Hambre del padre»

El hambre del padre es un deseo pro­fundo y persistente de conectar emocionalmente con el padre, experimentado por todos los niños. Cuando esta nece­sidad es satisfecha, los niños suelen cre­cer confiados, seguros, fuertes y agradables. A menudo, sin embargo, esta necesidad no se satisface y la necesi­dad de lazos con el padre crece. Para las chicas, esto puede transformarse en conflictos con la comida, el peso y la imagen. En tiempos recientes, ha sido frecuente minusvalorar el papel del padre con respecto a las hijas. Pero el padre es el modelo masculino para la mayoría de las chicas, y la ausencia de relación emocional con el mismo se puede traducir en una desconfianza hacia sus posibilidades de relación con los hombres.

El padre desempeña un papel muy especial ayudando a sus hijas a pasar de la infancia al mundo de los adultos.

A menudo, sin embargo, los padres se sienten incómodos con la madurez físi­ca de sus hijas y con la intimidad emo­cional con ellas. También ocurre que tienen dificultades para encontrar inte­reses similares y, por tanto, se distan­cian. Esto, a veces, puede inducir tras­tornos alimentarios: se quiere volver a ser la «niñita de su papá», se pretende ser más masculina o atractiva para ganar su confianza… De lo que no cabe la menor duda es que las mujeres adolescentes necesitan experiencias positivas con los hombres mientras se aproximan a la edad adulta, para evi­tar las dudas sobre sí mismas y la sub­siguiente tristeza.

 

El baile de las influencias

Según un estudio de Juan García Gómez, pedagogo y orientador familiar de Delphos-Cofa, la influencia del padre, en el proceso evolutivo de los hijos, sigue una tendencia desigual. Durante la gestación y los 18 primeros meses, su influencia es casi nula, mien­tras que la de la madre se eleva hasta casi un ciento por ciento. Entre los tres y los doce años, la influencia del padre crece de un 20 a un 40 por ciento. Sin embargo, a adolescencia es un perio­do crítico y convulso y la situación da un vuelco: es el padre e que influye en casi un ciento por ciento… Hasta que no pase este periodo, no se equipararán la influencia de ambos progenitores…

 

Toma en cuenta

Si eres madre:

– No creas que tu papel ya no es importante y que tengas que desentenderte. Al contrario, tu ayuda es igual de nece­saria o más que nunca, pero hay que desempeñarla de otro modo: la misma sensibilidad, intuición e interés, pero ce­diendo el protagonismo a tu marido.

 

– Aunque tus hijos varones no te hagan tanto caso como antes, con las chicas no ocurre de un modo tan radical. Sobre ellas seguirás teniendo mucho ascendiente.

 

– Derrocha cariño y comprensión, aunque los hijos no te cuen­ten todo, como antes, ni te hagan caso. Es mejor actuar así, que gritar para que te oigan más.

 

Si eres padre:

– Te ha tocado; es decir, al llegar la adolescencia tienes que asumir un papel más activo, en el que deberás apoyarte mucho en tu mujer, si quieres que tenga un buen resultado.

 

– Habrá que entrar en los diversos temas conflictivos de esta etapa. Siempre hay que hablar y quien tiene que hacerlo eres tú.

 

– Aprovecha alguna circunstancia para estar con tu hijo o hija, a solas, de excursión, de pesca, tomar un refresco…

 

– Tenéis que actuar ambos en común, charlando con fre­cuencia sobre el hijo o la hija adolescente para compartir esas intuiciones y experiencias. Poneos de acuerdo para actuar en común y para reforzaros uno a otro, cada uno en el nuevo papel que ha asumido.

 

Toma medidas

Durante esta etapa, el padre tiene todo un abanico de res­ponsabilidades. Idealmente, el padre comprometido intenta pasar momentos a solas con sus hijos e hijas adolescentes, es decir, sin el resto de la familia. Se interesa por hacer cosas juntos, por hablar y escucharlos, por compartir sus opiniones con ellos y apoyarlos en sus intentos de ser adul­tos. También conviene hacerles participar en las decisiones familiares y otorgarles (a veces a la fuerza) tanta responsa­bilidad como puedan asumir, sin que por ello sientan que se les deja a la deriva.